¿Los Barbaros de Hoy?

«Bárbaro» es un exónimo peyorativo que procede del griego. Los romanos utilizaban este término para designar a aquellos pueblos que vivían fuera de sus fronteras, los vecinos que consideraban inferiores. La «prensa sensacionalista» romana, los culpaba de todos los saqueos y robos ocurridos en las fronteras del imperio, además de señalarlos de poco éticos y malos perdedores, ya que usaban costumbres poco civilizadas en la guerra y por su falta de respeto por la vida de sus enemigos.

Seguramente, los barbaros no se sentían como tales y su cultura les parecía correcta, lo mismo que nos pasa a los colombianos hoy. Hace poco, la justicia determinó que nuestro ejército, en pleno uso de sus facultades, decidió secuestrar, torturar y asesinar a 6,402 seres humanos en estado de vulnerabilidad. La principal discusión en nuestro país es si eran 6 mil o 4 mil, cuando la muerte de una sola persona debe ser condenada en nuestra sociedad como un crimen de estado. En el mismo sentido, en vez de llamarlo genocidio, usamos el eufemismo de «falsos positivos«; algo muy común en nuestro país, maquillar nuestra horrible realidad con nombres como: secuestro express, paseo millonario, corte de franela, etc. También se pudo saber que, en regiones como el Magdalena o el Catatumbo, aproximadamente el 80 % de los triunfos militares de la época fueron un engaño. No solo, asesinaban jóvenes vulnerables y pobres, sino que además no cumplían con su labor constitucional de perseguir a los criminales de verdad. Ingenuo yo, creía que el proceso de paz era el resultado de una férrea victoria militar que había orillado a las guerrillas a firmar el acuerdo. Ahora entiendo porque aún no se había secado la tinta de la firma y ya las organizaciones mafiosas funcionaba con igual eficiencia…nunca sufrieron un golpe real que las desarticulara de fondo.

Como colombiano me pregunto ¿Qué hice yo? ¿Qué escribí yo? ¿Qué idea apoyé yo? Para qué a un grupo de generales del ejército les pareciera una buena idea, dejar de combatir criminales y ponerse a cazar pobres para asesinarlos, luego disfrazarlos de guerrilleros, posar orgullosos frente a la prensa y cobrar sus bonificaciones. El poco valor que, como sociedad, le otorgamos a la vida del otro (de otro colombiano, al que llamamos prójimo cuando vamos a misa) es un síntoma que estamos enfermos y tenemos un problema endémico.

Y para empeorar la cosa, así nos ve todo el planeta tierra: esta semana nos vimos sorprendidos cuando a nivel mundial se informa que un grupo de colombianos son los autores materiales del asesinato del presidente de Haití. Los colombianos reaccionamos apartándolos, etiquetándolos como «exmilitares», pero la realidad es que son colombianos, como lo son sus hijos, familia, amigos y vecinos. Lo importante aquí es entender por qué los golpistas haitianos no fueron a México (que les queda más cerca), o pensaron en lo rambos americanos, o consiguieron bolivianos o polacos. Lo cierto es que si buscas un asesino desalmado, buscas en el país que produce cientos de horas de series violentas basadas en narcotráfico y prostitución; el país que acalla la voz de sus líderes sociales; donde las investigaciones exhaustivas no encuentran un culpable y quedamos con ese mal sabor de boca a causa de la injusticia; el principal productor de las drogas que llevan a la muerte 585,000 personas al año a nivel mundial, y ahora, con una falsa modestia, uno de los principales exportadores de mercenarios en el planeta.

Seguramente, no todas las personas que vivían al norte de Europa en época de los romanos era guerreros despiadados, ladrones y saqueadores, pero aun hoy la historia los señala como barbaros. Igual en Colombia, no todos somos actores de esta violencia sin sentido en la que vivimos, pero nuestro silencio nos hace cómplices de la misma. Para transformarnos en la cuna de nuevas civilizaciones, como paso con los barbaros, debemos iniciar reconociendo que como sociedad tenemos un problema, no valoramos la vida del otro, ¡todo vale si está alineado con mis necesidades! Como sociedad debemos curarnos a nosotros mismos, el punto es que debemos ser todos, incluyendo mis lectores que al igual que yo, creemos que es el otro, que no tiene nada que ver conmigo, el que tiene el problema. Mentiras, de fondo todos los colombianos hemos gestado esta cultura de muerte que debemos terminar ya.

Referencias

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